Si todos trabajasen en lo que tienen más talento y más les
gusta, si pudieran desarrollarse profesionalmente en su “elemento”, como dice
Sir Ken Robinson, la economía de una nación estaría en el mejor lugar donde puede llegar a estar, y sus ciudadanos
serían más felices de lo que son. Son los recursos intangibles (talento, creatividad,
capacidad de innovación) los que realmente permiten a una nación prosperar. Sin
embargo, la humanidad lleva 7 mil años ignorando esto, y pensando que la
prosperidad viene exclusivamente del acceso a recursos naturales y financieros.
El principal recurso del siglo 21 es el talento, la creatividad,
la innovación. No se puede seguir pretendiendo que un modelo económico basado
en la competitividad mundial en recursos naturales sea lo óptimo para una
nación. Sin embargo, nuestro país lleva más de 30 años embarcados en un modelo
económico basado en sus recursos naturales, con la perenne promesa – hasta ahora
incumplida – de que ello nos llevará a desarrollo y a una sociedad más justa e
igualitaria.
Frente a la realidad del incumplimiento de la promesa se
levantan dos opciones políticas. Ambas son incapaces de ver fuera de la caja, y
siguen defendiendo el mismo modelo económico basado en recursos naturales. Unos
defienden que con más mercado el desarrollo por fin llegará. Los otros defienden
que será con más Estado. Ambos están equivocados. Será con más talento. Y para
ello, Chile requiere una revolución en la educación.
Hacer posible que cada habitante de este país sea capaz de
desarrollar plenamente los talentos con los que nació y los que pueda desarrollar
a lo largo de su vida debería ser el objetivo de la educación, junto con la de
ayudar a los padres a formar personas íntegras de sus hijos.
Conseguir ese objetivo quiere decir que cualquier persona
viviendo en Chile debe tener acceso a una educación de calidad enfocada en
conseguir que identifique y desarrolle sus talentos. Eso supone una educación
personalizada, que con el actual sistema es imposible. Las nuevas tecnologías
sin embargo lo hacen posible. No por nada Universidades de la fama de Harvard,
MIT o Stanford están invirtiendo fuertemente en ello, a la vez que por otra
parte se desarrollan sistemas que permiten que alumnos de enseñanza primaria y
secundaria puedan aprender materias a su propio ritmo. Ello permite una
educación de mayor calidad a un costo muy inferior al actual, ahorrando
recursos a las familias de los estudiantes y/o al Estado. Y si no se reducen
los actuales costos de educación, es imposible siquiera aspirar a una educación
gratuita.
Por otra parte, la mejor inversión que Chile puede hacer es
en la educación de su población. Ello permitirá que la misma acceda a trabajos
de mayor valor agregado, lo que supone mejores sueldos y la reducción de las
desigualdades históricas que siguen pesando sobre nuestra sociedad. Junto con
mayores sueldos hay una mayor recaudación de impuestos, que pueden ser
destinados a financiar un subsidio a la demanda por educación, escalonado según
lo que cada familia puede pagar. El punto es cómo financiar la brecha entre el momento
actual y el momento en que esos mejores sueldos y esa economía más desarrollada
traigan mayor tributación.
Chile cuenta con esos fondos. Han sido generados especialmente
en los últimos años gracias al buen precio del cobre, que sigue siendo actualmente
nuestra primera fuente de recursos. Tiene todo el sentido del mundo que dichos
fondos sean aplicados a generar una población mejor formada, que pueda acceder
a puestos de trabajo mejor remunerados, y salir de la trampa de una economía
basada solo en recursos naturales que ha sido incapaz de generar buenos
trabajos para todos y reducir la brecha en los ingresos, por más que se ha
intentado por Gobiernos de distinto signo en más de 30 años. Y eso se puede
hacer sin necesidad de una reforma
tributaria, que reduciría el crecimiento del país.
Si hay algo que se aprende de la economía de los países que
se han desarrollado más rápido en los últimos 20 años, es que en todos los casos se apostó por una
estrategia enfocada en el desarrollo del talento con prioridad al desarrollo
industrial, o de recursos naturales, o de servicios con mano de obra intensiva
pero de baja cualificación. La apuesta pagó en todos los casos. Naciones mono productoras
como algunos países árabes están ahora siguiendo la misma estrategia. Ahí está el
ejemplo de Qatar, invirtiendo 40.000 millones de dólares en generar una ciudad
de la educación y la ciencia de clase mundial, en pleno desierto. ¿Por qué no
Chile?
Ya es hora de que se implementen soluciones “fuera de la
caja”. Mi preocupación es que, salvo uno, ninguno de los actuales precandidatos
presidenciales tiene un enfoque propio del siglo 21. Siguen basando el futuro
del país en los mismos pilares que tiene ahora (recursos naturales), pensando en que más Estado, o más mercado, o mejor Estado resolverán el problema. Siguen
hablando de más de lo mismo. Y lo que necesitamos es otro Chile, uno basado en
el recurso menos valorado: los propios chilenos. En el centro de ese país distinto está
una apuesta agresiva y disruptiva en materia de educación: universal, de
calidad, personalizada y económicamente sustentable.
Alfredo Barriga